Sobre mi

Te cuento mi historia, mi llegada al yoga y como me ayuda en el día a día.



Mi curiosidad por el yoga surgió hace unos 20 años, acompañada de tres grandes preguntas que se repetían en mi mente:
¿Existe realmente eso de tener “la mente en blanco”?
¿Cómo se logra con el yoga?
Y si el yoga puede llevarme a ese estado, ¿podría entonces ayudarme a sanar?
En aquellos días, mi acceso al yoga era limitado: solo contaba con algunos libros y revistas prestadas. Sin embargo, ese interés latente cobró fuerza en un momento de mi vida. Un día tuve un hermoso regalo, era un CD de Siri Shankar. Ese fue mi primer regalo del yoga, un destello de alivio.
Ese día apenas podía esperar la mañana siguiente, a las 5:00 a.m., me levanté con ilusión, coloqué el CD y me senté en mi alfombra, en lo que yo llamaba “la postura de chinito”, lista para escuchar mi primera meditación. Eran cinco minutos de atención plena a la respiración, su esencia era clara. Desde el primer día me sentí yogui, entregándome a esa experiencia de estar presente. Aquel ritual de sentarme en silencio se convirtió en mi rutina diaria: me levantaba, bajaba de la cama y me sentaba a meditar. Con el tiempo, sin darme cuenta, el yoga se volvió un hábito.
Pasaron muchos años hasta que pude inscribirme en mi primera clase de yoga. ¡Felicidad total! Desde ese momento, el yoga dejó de ser solo una curiosidad y se transformó en una práctica que marcaría mi vida. Desde entonces fui profundizando y llegue a una constancia generando habito. Sentir que cada practica me trae, entendimiento, claridad mental, aceptación y calma. Y también me hace encontrar con mis emociones y lo mas maravilloso de la entrega a cada postura sin forzar nada, sin querer llegar a ningún lado solo a esa entrega, donde surgen emociones y muchas veces de ahí empieza una nueva aventura, el autoconocimiento.

¿Qué genera en mí la meditación en movimiento?


La práctica surgió durante una meditación personal. Llevaba 25 minutos en postura fácil, en silencio total, cuando en los últimos cinco minutos sentí la necesidad de moverme. Comencé a estirar las piernas, a mover mi cuello, cabeza y manos, mientras mantenía el tronco quieto y mi mente en calma. En ese momento, mi profesor me observó y comentó: “Yoli, te moviste antes de terminar.” A lo que respondí: “Pero mi mente seguía en quietud.”

Pasaron dos años, y con la formación en Meditación, mi comprensión se profundizó. Obtuve más herramientas, y el proceso se hizo también más físico. Empecé a integrar esos conocimientos en mi práctica personal, y fue como bailar la música que más me gusta. Desde entonces, practico con los ojos cerrados, dejándome llevar a descubrir espacios internos hermosos.

Seguí estudiando, indagando y experimentando en mi propio cuerpo, hasta que decidí expandir y compartir todo lo que esta práctica me estaba revelando. Así nació Meditación en Movimiento. Desde la simpleza de la práctica, logro una conexión profunda con mi ser.